CHAMANISMO SIBERIANO. Prólogo o ¿Cómo empezó todo?

Saosh Yant, un joven enérgico, afortunado, audaz, de expresivos ojos negros y hermoso rostro proporcionado, de gruesos rasgos y vigoroso cuerpo juvenil, con resistentes y hercúleas piernas, desde su infancia no pertenecía a este mundo. Ya en edad temprana, cuando todos los demás niños dormían plácidamente en sus cunas iluminados por el reposado resplandor de la fogata y el monótono cantar de sus madres, él ya tenía clara conciencia de su ser y entendía todo lo que decían los adultos. Aún más, su alma viajaba continuamente a mundos superiores, se comunicaba con los Dioses y se diluía en las infinitas Fuerza, Sabiduría y Bienaventuranza. Los espíritus locales contactaban libremente con él y le contaban sobre las cosas que pasaban y donde sucedían. El Ayami, espíritu protector del lugar donde nació, le cantaba sus propias nanas. Mientras que la fuerza y la energía los recibía de la naturaleza. Él se convirtió en un joven grande, vigoroso y fuerte.

  • Es todo un Hércules, – decía su orgulloso padre. – Mirad lo fuerte que crece.

La madre afirmaba con la cabeza. Todo el clan ya veía en él a un fornido cazador o pescador. Pero ellos desconocían que los Dioses tenían escrito para él un destino diferente…

A medida que crecía, la fuerza limitadora que ejerce sobre todos los seres vivientes de la Tierra también empezó a dominar su ser. Ya mayor, tras pasar los años, percibió y constató para sí que su vínculo directo con el Cosmos era cada vez más casual, con mayores intervalos y poco prolongado. Las visiones misteriosas se tornaron escasas. Las voces de los espíritus se callaban. Era como si el Cosmos se estrechara ante sus ojos mientras él se sumergía en la ordinaria cotidianidad. ¿Cuándo pasó esto? Decirlo exactamente era difícil. Lo más probable, que fuera el resultado de un largo y paulatino proceso. El principio, con seguridad, se remontaba a cuando empezó a hablar. Así es, porque la descripción del mundo a través de las palabras le fue privando de su percepción directa de lo que le rodeaba. Fue cuando progresivamente sintió su limitación. En fin, como sucede con la inmensa mayoría de la gente de nuestro planeta…

Sin embargo, la Fuerza que le llevaba por la vida exigía lo suyo. Se apoderó de su ser como una enfermedad chamánica. Algo que sucede con todo chamán al principio de su camino. Si alguien se atreve a decir que se hizo chamán sin pasar por esta etapa, es un embustero y miente. No es un verdadero chamán. Seguro es que se hace pasar por tal sin serlo en realidad. Saosh Yant sentía cada vez la presencia de esta Fuerza. Se apoderaba de él rompiendo todos los moldes de percepción, los patrones de comportamiento, y obligándole a comportarse de un modo fuera de lo común. Empezó a comunicarse con los espíritus. Con frecuencia incluso en voz alta. Su actuar era inadecuado. Si hubiese sido habitante de una gran metrópoli y sus padres unas personas alejadas de las tradiciones ancestrales, estaría ingresado en un centro psiquiátrico. Y su don, destruido. Pero tuvo suerte. No había nacido en una urbe sino en la taiga. Dos años después, por avatares del destino, se habían trasladado a una pequeña ciudad donde la gente aún se acordaba de las tradiciones atávicas y respetaban la sabiduría de sus ancestros. Sus padres pertenecían a ese mundo.

Ellos le presentaron ante un importante chaman que amparaba a la gente del lugar. Se llamaba Kuday Kam. ¡Tenía una gran fuerza! Con una sola palabra ponía a la gente en pie. Liberaba de enfermedades, aprensiones y aflicciones. Veía donde encontrar a una persona pérdida. Predecía por donde aparecería una fiera. Sabía cuál sería el tiempo sin instrumentos meteorológicos. Esta singular persona estaba dotada de poder y fuerza extraordinarias. Muchos le temían y evitaban cruzarse con él. Entre la gente se contaban leyendas de cómo castigó a cierta persona que había causado muchos males entre sus prójimos. En pocas palabras, podía hacer que alguien enmudeciese. O, por el contrario, librarle de algún espíritu maligno. En estos casos, la persona afectada caía inmediatamente de rodillas y empezaba a sollozar embargada por inmensos e insoportables remordimientos de conciencia. Cuando el espíritu malo abandonaba definitivamente al desafortunado, éste dejaba de llorar y se sentía lleno de alegría y paz. Comenzaba a ayudar a los seres cercanos, se unía al ritmo general de vida y sentía por ello una verdadera felicidad.

Kuday Kam había realizado muchas grandes obras. La gente le quería. Su vida había sido afortunada. Pero su tiempo ya se acababa. Su pelo y su barba estaban teñidos de canosa escarcha, mientras que su fuerte, equilibrado y vigoroso rostro era surcado por profundas  y definidas líneas que, por un lado, demostraban la integridad de su naturaleza y, por el otro, el paso del tiempo. El mismo lo sentía. También sabía que había aparecido un joven chaman para sustituirle y al que tenía que apresurarse a enseñarle muchas cosas. Así, el día y la hora señalados por el destino, Saosh Yant se presentó ante él acompañado por sus padres. Precisamente eran ellos los que le habían traído.

  • Gran chaman, mira lo que le pasa, – dijo el padre preocupado.
  • Ya lleva un año, como perdido, – agregó la madre.

Kuday Kam con la mirada penetrante de sus ojos agudos le miró atentamente y comprendió todo.

  • ¡Está bien, marchaos! – ordenó imponente.

Los padres se miraron mutuamente sin comprender.

  • Cuando esté bien, yo os avisaré. – E inmediatamente repitió su orden: – ¡Marchaos!!!

Obedientes se inclinaron ante él y sin volver la mirada abandonaron el ‘chaadyr’[1] del Gran chamán. Éste se puso a observar con atención a su huésped y futuro discípulo. Saosh Yant estaba como aturdido. Sus ojos divagaban todo el tiempo. Sus labios emitían fracciones de palabras inconexas, más parecidas a un farfullar incongruente. El Gran Kam empezó sus enseñanzas, efectuó el ritual chamánico de desmembramiento espiritual y le consagró como chamán. Pero esta es otra historia …

***

Kuday Kam tenía mucho que enseñar a su joven discípulo. Para ello, éste debía visitarle periódicamente para su formación.

  • ¿Cómo voy a encontrarte? – interrogó Saosh Yant. – Tú cambias continuamente tu ubicación. Hoy estás aquí, mañana estarás en otro lugar. ¿Podrías, al menos durante la etapa de mi formación, dejar de lado tu estilo de vida nómada? Sabes bien que esto es muy importante para ambos. Tú tienes que trasmitir a alguien tus enseñanzas y yo debo aprender a ser un verdadero ‘kam’[2].

Kuday Kam solo se sonrió y luego fijo su firme y penetrante mirada en el joven.

  • ¿Qué clase de ‘kam’ serás si no eres capaz de sentir la Fuerza? – le respondió con ironía. – ¿Cómo piensas encontrar a la gente perdida en la taiga? ¿Si está inconsciente, dirás “no puedo”?
  • Entiendo, ¡pero nunca he hecho esto! – manifestó confuso el joven discípulo refutó. – ¿Cómo es eso posible?
  • No te preocupes, te haré llegar señales.
  • ¿Cómo entenderé a dónde tengo que dirigirme?
  • Tú sintoniza tu ser hacia mis señales.
  • ¿Como?
  • Mira atentamente todo lo que ves, escucha todo lo que oyes. Imbúyete de todo lo que sientes. Si ves una señal, síguela. Conserva su dirección.
  • ¿Si no hay señales? – insistió Saosh Yant.
  • No te preocupes por eso. Esa es mi tarea. Lo importante es estar vigilante. Debes estar en todo lo que suceda. Y yo te llevaré hasta donde sea necesario.

 

  • Vale, intentaré, – más seguro de sí aceptó el aprendiz.
  • La próxima vez vendrás cuando las hojas caigan.

Saosh Yant se dispuso a hacer una pregunta.

  • ¡Silencio! – imperioso le interrumpió el Gran Chamán. – Yo me apareceré en tus sueños y te diré al lugar que debes ir. Por ahora, vuelve a tu hogar y no vuelvas la cabeza. A la medianoche del siguiente día tú debes estar en tu casa. ¡MARCHATE!

Saosh Yant hizo una respetuosa reverencia hasta el suelo, se levantó y, retrocediendo, salió del ‘chaadyr’. Luego dirigió sus pasos hacia su casa. Pasadas unas horas, ya estaba junto a su familia.

  • ¡Que pronto has vuelto, hijito! – se alegró la madre a la vez que ponía la mesa.
    • Yo tampoco me lo esperaba, – aún sorprendido respondió, mientras comía las tortas con miel y bebía una aromática infusión de hierbas.
    • No sé porqué, pero atravesé el bosque en línea recta. No fui por el camino como solemos hacerlo. Así llegue más rápido.

La madre intercambió miradas expresivas con el padre. Saosh Yant guardó silencio, se enfrascó en sus pensamientos y no se dio cuenta cuando el sueño lo embargó …

[1] Vivienda tradicional de la región de Altái, Rusia

[2] Nombre que reciben los chamanes en la región de Altái

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